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Entre escombros y valentía: la historia de la Torre Latinoamericana en Cuernavaca ocho años después del 19S

  • Foto del escritor: Identidad Morelos Comunicación
    Identidad Morelos Comunicación
  • 20 sept
  • 3 Min. de lectura

Eran exactamente las 13:14 horas del 19 de septiembre de 2017 cuando el destino del estado de Morelos cambió para siempre. El reloj marcaba la rutina de un martes cualquiera, hasta que la tierra decidió recordarnos su fuerza: un sismo de magnitud 7.1 con epicentro entre Morelos y Puebla, cerca del municipio de Axochiapan, cimbró de manera brutal a todo el estado, dejando pérdidas humanas, heridas profundas y recuerdos imborrables.


En Cuernavaca, la capital del estado, uno de los momentos más impactantes y dolorosos se vivió en pleno corazón de la ciudad: el colapso de la Torre Latinoamericana, un edificio de cinco pisos que había sido testigo del paso de generaciones, con oficinas, departamentos y hasta una estación de radio. Su desplome no solo levantó una nube gris de polvo que cubrió la calle Santos Degollado en pleno corazón de la ciudad, sino que también arrebató vidas.


El instante que lo cambió todo


Identidad Morelos Comunicación volvía de cubrir un evento y se encontraba detenido en un semáforo sobre la avenida Morelos, a un costado del Cine Morelos. Primero fue un movimiento leve, casi imperceptible, pero en cuestión de segundos, el temblor se transformó en un rugido de miedo. Desde el parabrisas, se alcanzó a ver cómo la antena que coronaba la Torre Latino se desprendió. Por un instante, parecía una escena de película de terror.


El instinto periodístico venció al miedo: el vehículo quedó en el estacionamiento y los pasos corrieron hacia el epicentro del desastre. En el trayecto, una nube espesa de polvo avanzaba como si se tratara de una tormenta gris, mientras la gente huía en dirección contraria. Algunos corrían con heridas visibles; otros, con personas en brazos.


La imagen del horror


Al llegar, la escena era devastadora: el costado lateral de la torre había cedido por completo. Entre los escombros, una ruta de transporte público permanecía aplastada, atrapando a pasajeros que minutos antes solo viajaban rumbo a casa o al trabajo.


Vecinos, transeúntes y comerciantes se convirtieron en rescatistas improvisados. Sin pensarlo, comenzaron a remover piedras, varillas y bloques de concreto con sus propias manos, mientras otros sacaban a heridos cubiertos de sangre y polvo. La solidaridad brotó en medio del caos, pero también el miedo: comenzaron los gritos de que en cualquier momento podía ocurrir una explosión por una fuga de gas, lo que obligó a los cuerpos de emergencia a desalojar a parte de la multitud.


Morelos desconectado


En medio del caos, las llamadas eran imposibles. La señal se había ido. La angustia se multiplicaba en miles de hogares. Solo un mensaje de texto podía devolver el aire: "Estamos bien”, "La casa resistió”, "Hay daños, pero seguimos aquí”. Mientras tanto, en municipios como Jojutla y Zacatepec, la devastación era todavía más feroz.


La noche interminable


Las labores de rescate no pararon ni cuando cayó la noche. A la luz de linternas, más vecinos se sumaron a la búsqueda. La ciudad se aferraba a la esperanza de encontrar sobrevivientes, pero la tragedia ya estaba escrita: dos personas murieron aplastadas por la caída de la Torre Latinoamericana.


Heridas que siguieron abiertas


La tragedia no terminó esa noche. Por varios años, los vecinos de la Torre Latino vivieron en la incertidumbre, esperando apoyos que nunca llegaron o que fueron insuficientes para su reconstrucción. Entre la desesperación y el abandono institucional, otro golpe vino a sumarse a su dolor: grupos de personas aprovecharon el desastre para irrumpir en los departamentos, saqueando las pocas pertenencias que las familias habían tenido que dejar atrás por el riesgo latente. El despojo convirtió la catástrofe en una doble tragedia.


La memoria en pie


Construida en 1945 como el Gran Hotel Torre Latino, el edificio había sido punto de encuentro de artistas, cantantes y personajes influyentes de la ciudad. Su caída marcó un antes y un después: de ser un ícono de glamour pasó a convertirse en un recuerdo doloroso, en una cicatriz urbana.


Hoy, ocho años después, la Torre sigue en pie, aunque marcada por las heridas del tiempo, el abandono y la memoria. Sin embargo, de entre el polvo y el miedo también brotó algo más poderoso: la solidaridad de la gente. Hombres, mujeres, jóvenes y adultos mayores se unieron sin importar quién era quién; todos fueron rescatistas, todos fueron familia.


Ese 19 de septiembre, Cuernavaca, Morelos y México entero demostraron que, aunque la tierra pueda estremecerlo todo, hay una fuerza más grande que resiste y se levanta: la unión de su gente.


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